domingo, 4 de diciembre de 2011

La historia de Raulito, no dejes que te pase a ti…


Continuación...

Los hermanos se reunieron en la casa de sus padres y se pusieron de acuerdo para vender las propiedades y repartir el dinero. Como eran cinco no iba a haber mucho para heredar, pero era algo y sus padres habían sido lo suficientemente considerados para no dejarles deudas, así que un poco de dinero no venía mal para opacar los trajines que todos tenían con la vida. Unos pagarían sus deudas, otros darían el pronto para una casa y otro más le ayudaría a uno de sus hijos a seguir estudios postgraduados en el extranjero. 

El único que se opuso a la venta de la casa fue Raúl, pero como era tan ignorante y no estaba al tanto de sus derechos, la mayoría lo sobrepasó. Su argumento era que se iba a quedar sin casa, pero sus hermanos lo convencieron de que ese no era un problema porque podía vivir con uno de ellos “hasta que se casara o
decidiera independizarse. Aunque sabía que con eso, se le había acabado “el mamey”, las fiestas y las drogas no las podría llevar a casa de su hermano, no le venían mal unos dólares extras para sus vicios, ya que no pensaba en otra cosa.

Vivió con su hermano por algún tiempo hasta que lo encontraron fumando mariguana en su cuarto y hasta ahí llego “la hermandad”. Le dijeron que se tenía que ir porque iba a contaminar a sus sobrinos y lamentablemente los hijos de su hermano, estaban primero. “Una sola manzana podrida pudre el resto del saco”. “Tienes una semana para hacer tus arreglos y mudarte”. ¡Adiós!

De su herencia hacía tiempo que no quedaba nada. Lo primero que hizo fue comprarse ropa nueva y pagar altos precios por “los logos” de la ropa de marca,
tenía que mostrar con su apariencia que no era ningún tirado. Zapatos de buena calidad y perfumes de más de cien dólares eran ideales para demostrarles a los que los rodeaban quien era él. También pagaba rondas de tragos para todos los muchachos en los bares, pasando por los “puteros” o casas de “strippers” y bailes eróticos y donde por unos dólares más se podían pedir otros servicios especiales... Se sentía con mucho poder… 

“Después de todo, si tenía el dinero, ¿No era bueno compartirlo con sus amigos y darse algunos gustitos?” Su madre estaría orgulloso del él”, pensaba. (¡Sí, revolcándose en la tumba!) “Siempre le había dicho que era bueno compartir con él que no tenía”. El dinero se acabó más rápido de lo que hubiera pensado. Todos los “panas” que estaban con él disfrutando, se esfumaron como por arte de magia y en general parecía que nunca lo hubiesen conocido. Seguramente se pegaron como lapas a algún otro tonto como Raúl.

Ante la emergencia, Raúl tuvo que mudarse con un amigo que le hizo el favor de compartir con él su cuarto en su apartamento, hasta que él pudiera reunir un dinerito para pagar el suyo propio. Era una dificultad buscar un trabajo porque casi en todos lados necesitaba una prueba antidroga que obviamente sabía que no iba a pasar, pero tampoco quería cortar con el vicio.

El alcohol, la mariguana y el sexo eran su razón de existir o su perdición. Finalmente, consiguió un trabajo en un frigorífico donde tenía que descargar el camión donde venían los vegetales, separar los buenos de los podridos, embolsarlos y acomodarlos en cajas en otro camión que los iba a repartir a otros establecimientos. A veces tenía que borrarle con acetona las fechas de expiración a las bolsas de lechugas que ya venían preparadas, cortadas y listas para comer, porque la fecha límite iba a vencer antes de que estuviera en las góndolas del supermercado. Otras veces le tocaba embasar papas que venían a granel en bolsas o separar los tomates buenos de los malos, lavarlos y secarlos, para embazarlos, también. La mariguana lo ponía muy agresivo, sobre todo cuando no podía consumirlo, pero “el estaba en control”,
como iba a ser adictiva una sustancia medicinal.

Por fin tuvo el dinero necesario para pagarse su propio cuarto, pero llegaba muerto de cansado. No sabía si al él le parecía, pero sus neuronas no registraban tan bien como antes, entre las drogas y el alcohol su cerebro se esforzaba al máximo pero la calidad de sus pensamientos no eran los que habían sido.
Estaba loco por un poco de libertad. Con casi 40 años estaba harto de estar descargando el camión. Para colmo además del trabajo que le tocaba, si faltaba el empleado que le ayudaba al camionero a descargar en el destino final, le tocaba ir a él. Algunos días no eran buenos porque se ponía “pico a pico” con el dueño y no se sabía quién era el que gritaba más. Varias veces lo suspendieron de trabajo y de sueldo. Si además de la mariguana, le faltaban sus dosis de alcohol no podía funcionar y su irritación era palpable. Peleaba con cualquiera que se le pusiera al lado. Cuando se iba con el camionero, paseaba por toda la Isla y por eso era que no podía mantenerse en pie. Ya no podía acostarse muy tarde porque tenía que dormir. Su trabajo comenzaba a las cinco de la mañana todos los días, trabajaba cuatro horas el sábado y el domingo lo tenía libre. Si no fumaba su medicina le era imposible dormir, aunque lo intentaba. A veces se excusaba y llamaba porque estaba “enfermo” y las faltas comenzaron a notarse cada vez más y con más frecuencia.

Un día se durmió y no fue a trabajar, tampoco se excusó. Al otro día cuando llegó le dieron una reprimenda (tercer “warning”) “la próxima te quedaste fuera”, le dijo el dueño, y eso lo sacó totalmente de quicio. Había estado bebiendo todo el día anterior y la resaca era insoportable. Se puso bien agresivo: “A mí no me vas a estar dando más “warnings”, ¿Con quién te crees que estás hablando abuelo? Llevo en este empleo muchos años y me pagas a peseta (moneda de 25 centavos). Ya estoy harto, te metes el “warning” ese que tanto te gusta, por el c…, me voy”. El dueño que ya estaba muy cansado de sus malacrianzas y realmente esta era su oportunidad de oro, le dijo, “Si esta es tu decisión, me parece muy acertada. Pasa por contabilidad para que te hagan tu cheque con cuánto sea que se te debe. No vuelvas”.

En ese momento se dio cuenta que había quedado en la calle. ¿Y ahora qué? Su cabeza comenzó a dar vueltas. Definitivamente buscar otro trabajo urgente, concluyó, tenía gastos. ¿Quién iba a pagar el hospedaje? ¿El celular? ¿De qué iba a vivir? ¿Cómo iba a vivir sin beber y sin su medicina de cabecera?...

Todos los días era difícil levantarse. Consiguió a sus antiguas amistades, para ver si le ayudaban a buscar trabajo, algunos de ellos habían madurado y pudieron salir hacia adelante, otros seguían igual que Raúl. Esos fueron los que terminaron de tumbarlo. A los quince días el dueño del hospedaje le pidió el pago de la renta que obviamente no pudo hacer porque no tenía con qué. Lo que le habían pagado de vacaciones y salario se lo había gastado todo en alcohol que era más barato que la mariguana. De verdad que la extrañaba pero tenía que hacer rendir su dinero.

Mientras pasaba el tiempo, iba a casa de sus hermanos y les hacía el cuento de cuán infamemente lo habían despedido, “las cosas estaban tan malas en la calle y no conseguía trabajo…”, les decía. Con eso ya tenía unas cuantas comidas seguras y además les pedía dinero para pagar el hospedaje que consumía en licor. De repente, su familia comenzó a notar que faltaban artículos pequeños de las casas. Sus sobrinos no encontraban algunos CDs, otros no encontraban sus iPods, de la cartera de su hermana comenzó a faltar dinero y otra de las hermanas no encontraba su sortija de bodas y estaba segura de haberlo dejado cerca del fregadero. Al principio nadie sospechó de Raúl, hasta que uno de ellos en una reunión hizo un comentario y entre todos comenzaron a atar cabos. Le cerraron las puertas de sus casas. “¿Qué clase de familia tengo, ah?, están envidiosos porque era el preferido de mami, CARAJO… Negarle un plato de comida a un hermano, cuán bajo se puede caer?”, pensaba Raúl.
Su vicio iba de mal en peor, tan pronto se despertaba, si es que podía dormir, tenía que beber porque su cuerpo se lo hacía saber. Uno de sus primeros síntomas fueron los temblores en las manos y a veces le parecía haber hecho algo, pero no estaba seguro de qué, era como tener el cerebro envuelto en una nube que no lo dejaba recordar con claridad.

Ya consumía alcohol constantemente, no lo podía evitar. El alcohol lo controlaba. A pesar de sus problemas, el entendía lo que le pasaba, pero por más que razonaba no podía dejarlo. Sabía que tenía que dejarlo sin embargo su voluntad era débil. Ya no bebía con los amigos, se apartó de ellos porque se sentía culpable por la cantidad que tomaba y porque le preguntaban de sus borracheras y solamente de que le mencionaran algo relacionado al alcohol lo hacía poner “furioso”. Comenzaron las lagunas de memoria, no recordaba dónde había estado ni con quién y qué había hecho, cada vez eran mayores en tiempo y en cantidad.

Sus familiares no sabían que había sido de su vida y tampoco estaban interesados. El arrendador del hospedaje hacía años que le había puesto sus cosas en la calle y había cambiado todas las cerraduras de su casa. El se puso violento y llamaron a la policía a la cual le hizo frente, así que lo encerraron por un tiempo. Cuando salió estaba desesperado. No tenía dinero, sin embargo tenía nauseas, vómitos, calambres y un dolor de estómago que lo partía en dos. Hacía un día que no comía pero no estaba hambriento, se sentía sumamente confuso. Su piel parecía rojiza y en su cara comenzaron a aparecer unas venitas rojas cerca de la nariz y en otras partes de la cara. Sus vasos estaban dilatados.

El alcohol atacaba permanentemente a su organismo y
eso le producía el cansancio que tenía, una acidez insoportable, a veces sudores por la fiebre e incluso los desmayos eran parte de su rutina diaria. Estaba literalmente en la calle. No podía comer pero tampoco tenía hambre, estaba tan desesperado que se prostituía a cambio de una caneca de ron. Cuando su cuerpo se lo permitía trataba de pedir dinero en el semáforo y cuando recogía lo que necesitaba, salía como una bala a conseguir ron.

Llegó el momento que ni siquiera podía pedir en la luz. Las alucinaciones eran terribles. Comenzó con la visión y terminaba hablando de ideas absurdas, inconexas y a veces reales pero sin relación entre sí. La fiebre era tan alta que explicaba su delirio. Temblaba, transpiraba y se agitaba pero a pesar de la fiebre no podía dormir. Sufría muchísimo, su angustia era auténtica y tenía pavor a sus alucinaciones que no lo dejaban en paz. Las bestias eran animales de fauces enormes que masticaban su cuerpo poco a poco, el dolor era grande y cayó en el suelo mientras los animales le seguían devorando el cuerpo, fue una convulsión la acabó con su miserable vida.

Alguien pasó por la placita y le pareció ver que el
borrachito se movía en la grama de una manera extraña, descontrolada, luego pareció apaciguarse y parecía dormido. Se acercó con miedo, a veces esa clase de gente era agresiva y no se dejaba ayudar. Una baba espesa chorreaba por de una de las comisuras de su boca, también olía a materia fecal. Cuando se acercó un poco más le pareció que ya no respiraba, su pecho no se movía. Por la avenida, un policía se acercaba en su motora y el señor le hizo seña. Lo puso al tanto de lo que pasaba, le explicó que lo que vio se asemejaba a una convulsión pero él no era médico. El policía no estaba seguro si todavía respiraba, realmente daba asco mirarlo. Se comunicó con el cuartel para que mandaran una ambulancia y refuerzos de patrullas, sabía que las iba a necesitar.

Ya los curiosos estaban arremolinándose alrededor del cuerpo.
Los autos invadían las aceras pero no era para ayudar si no para ver que escena morbosa ocurría. Todos se bajaban de los carros. El tapón comenzó de la nada, el flujo normal del tráfico se detuvo porque los vehículos en vez de transitar, iban pasando lentamente a ver si se estaban perdiendo algo, si había cadáveres, casquillos de bala y cintas amarillas de la policía, de todas maneras no se veía nada porque los curiosos con sus cuerpos tapaban la escena. Los bocinazos se sentían prolongados, con que uno apretara la bocina todos se contagiaban...  y se hacía una sola bocina general.  A lo lejos se escuchaban las sirenas de ambulancias y patrullas que trataban de hacerse paso entre los autos, la gente y las aceras llenas de carros. Eso fue lo último que se supo de Raúl, quien a sus cuarenta y ocho años estaba muerto.


No es que te vas a morir, es cómo vas a vivir


 La semana próxima vengo con la última parte de este artículo, para que sepan dónde buscar ayuda y lo único bueno que encontré en mi investigación sobre este tema. No se lo pierdan y ¡Japy Bloguin! Y ¡Que tengan un hermoso comienzo de la semana!



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