viernes, 19 de agosto de 2011

Como decía mi abuela: Viejos… son los trapos (1 de 2)

Dicen que frente al mar la vida es más sabrosa, sin embargo la gente que vivía cerca de la playa para los 1900 no debe haber opinado igual, ya que en las zonas costeras vivían personas sumamente  pobres que subsistían de la pesca y apenas si les alcanzaba para comer. El mar les proveía su fruto de una manera muy sacrificada, a veces costándoles hasta la propia vida.

Eran familias numerosas por el machismo de los hombres y la ignorancia de las mujeres.  Si la señora de la casa decidía dejar a su marido por otro o si el marido enviudaba, a la que le tocaba hacerse cargo “del hogar” y de sus hermanitos era a la hija mayor.  Eran tan pobres que a veces tenían una sola pieza de ropa interior por persona y había que lavarla todos los días. Es por eso, que las chicas se casaban muy jóvenes con tal de salir de la casa de su padre y sin saberlo entraban al infierno de la “suya propia” porque inmediatamente quedaban embarazadas y se volvía a repetir el ciclo.  Si tenían suerte habían ido unos años a la escuela pero las mayoría era analfabeta.

Pasaron muchos años hasta que la situación fue cambiando. El gobierno de Estados Unidos para bien o para mal; de “esa historia” se pueden hacer varios artículos, introdujo los llamados “caseríos”1 para proveer viviendas y asistencia social a los más necesitados. Las casitas de la playa, que en realidad eran unas cuantas maderas destartaladas unidas con clavos, hamacas por camas y una letrina, desaparecieron dejando terrenos que nadie quería. Esos terrenos se compraban por monedas y después de muchos años, desarrolladores compraron las fincas y fueron quitando espacio a la costa para edificar villas de playa para el disfrute de las personas que podían adquirirlos y así gozar de la sabrosura del mar, del sol y la arena; o había también los que compraban como por invertir y le sacaban dinero alquilándoselo a los turistas.  Sin embargo, en los pueblos costeros lejanos a la capital todavía quedan en frente de esas edificaciones nuevas, personas humildes que no se fueron de esas áreas porque el gobierno les regaló los terrenos que originalmente habían invadido y los siguieron heredando de padres a hijos. Los padres de Doña Merci (diminutivo de Mercedes) fueron unas de esas muchas personas.


Doña Merci era una señora muy viejita, su vista ya estaba opacada por las cataratas dándole un color azul a sus ojos que en otra época habían sido oscuros y ya no era mucho lo que veían.  Su cara era un pergamino antiguo maltratado por el agua, la sal, el sol, las necesidades y daban fe del tiempo vivido. El pelo desarreglado y canoso, las chanclas inmundas y un cuerpo agotado por la incomprensión de los demás, Doña Merci vivió toda su vida cerquita de la villa pesquera de su pueblo ya que su padre era pescador, gente muy pobre pero decente y de palabra, que se levantaba todas las madrugadas para cumplir con su faena diaria. Su vivienda era una pequeña casita de madera que con los años mejoró muchísimo porque de tener que salir afuera a la letrina pasó a tener un baño de verdad con agua corriente y electricidad.  La casa realmente era vieja porque Doña Merci ya tenía 87 años y había nacido allí. Con los años, la casa sobrevivió a varios huracanes por lo que era común que una vez pasada la tormenta había que reemplazar su techo de zinc, cambiar las paredes de madera y algunos anclajes. Todos los trabajos los hacía su padre junto a sus hermanos, los vecinos y la ayuda económica del gobierno.  Era la época en que los vecinos se ayudaban unos a otros, compartían la comida y eran una gran familia con sentido de comunidad. La vida en aquel entonces no era un cuento de hadas y aunque la casita nunca iba a ser un palacio y seguiría siendo una vivienda humilde, era un hogar digno. 

Doña Merci no tenía el mejor de los estados mentales y desde que su esposo falleció su juicio comenzó a deteriorarse, no recordaba muy bien lo que le decían y cada vez más se la pasaba dentro de su propio mundo. Ya no tenía por quién vivir y aunque su matrimonio no fue el mejor, su esposo no había sido precisamente un santo y para decir la verdad, ella tampoco; cuando él vivía tenía a quien gritarle mientras él le respondía gruñendo y aunque no hablaban mucho se hacían compañía el uno al otro. Después de 66 años juntos, él se enfermó y ella dedicó todo su tiempo a cuidarlo hasta que el final llegó y él falleció. 



Luego vino un estrés mayor. Después del funeral todos los hijos se reunieron y comenzaron el escándalo sobre la herencia, para ese entonces su mente permanecía lúcida y era consciente que para sus hijos su pena no tenía ningún valor.  La herencia era la mitad de la casita de Doña Merci y les correspondía por ley. Uno quería venderla, las otras dos querían que su madre siguiera viviendo allí y ella aunque presente y empapada en su dolor, no tenía ni voz ni voto sobre un asunto tan trascendental para su vida futura. Finalmente, cuando su hijo vio que no le iba a poder sacar mucho dinero a la casa ni siquiera por el terreno y que alguien se iba tener que hacer cargo de “la vieja” cedió, mayormente por la influencia de su esposa, porque nadie se quería complicar mucho la vida, sobre todo su nuera, no fuera a ser que “el paquetito” le tocara a ella. Para Doña Merci fue un gran alivio porque no se quería ir de su casa, todavía podía manejarse por sí sola y no necesitaba mayores ayudas para ser independiente.

Una de sus hijas, Albertina, vivía en la casa de al lado con su propia familia.  Su yerno era “piragüero”2.  Aunque algunos piragüeros trabajan a tiempo completo, este piragüero, no lo hacía. Por lo general bajaba su carrito hasta la playa durante los fines de semana, cuando había mucha gente y trabajaba unas horas en la mañana y algunas en la tarde. Luego complementaba ese trabajo con el dinero que le daba el gobierno y por qué no con parte de los beneficios que la Tarjeta de la Familia le aportaba a su suegra.  Al fin y al cabo “la vieja” comía en su casa y era justo que contribuyera con algo.

Sus nietos decidieron ir por el camino equivocado, para este momento los dos ya eran adultos. La nieta pagaba el delito cometido con años de cárcel, saliendo en libertad condicional gracias a un grillete electrónico y a que su madre aceptó hacerse cargo de su custodia. El nieto, que por mucho tiempo se dedicaba a la reparación de motoras en la misma calle, tenía otros negocitos turbios por el lado y como por arte de magia un día desapareció y no se supo nada más de él. Su hija, Albertina, la que se suponía que estuviera a cargo de la supervisión de Doña Merci y ahora también de su propia hija, la del grillete; era ama de casa pero no se dedicaba mucho a esos menesteres ya que le gustaba la bebida y era muy común verla durante el fin de semana bailando en las fiestas de la villa con completos desconocidos, “Es que el inútil de mi marido ya no se acuerda de cómo bailar y yo quiero divertirme…”, decía ella. Cuando estaba pasando por un periodo “seco”, lo único que hacía era gritarles a todos por igual con lagartijos, sapos y culebras que salían despavoridos por su “boquita de fresa”. Doña Merci era la primera receptora de sus insultos y por eso también trataba de permanecer alejada, no fuera que la llevaran al asilo y perdiera su triste libertad. En realidad eso no iba a pasar porque un asilo costaba y no iban a gastar en eso, si podían disfrutar de su dinero. Por otro lado los asilos del gobierno tenían lista de espera así que iba a ser un poco difícil recluirla y de todas maneras se hubiera acabado el “dinerito” extra.

Doña Merci, vivía en su casita y a pesar de estar rodeada de sus familiares su única compañera era la soledad.  En una época solía ver la novela en la televisión pero el aparato era viejo y ya no servía. De todas maneras sus ojos no ayudaban mucho y su mente tampoco, todavía podía moverse y caminar pero era muy difícil vivir una vida en la que lo único que sobraba era el tiempo.  Sus antiguas vecinas que también habían sido parte de su entorno, se habían mudado con sus hijos, fueron a parar a una casa de cuido o habían muerto. Muchas veces, deambulaba por la playa con la misma bata mugrienta que debió haber usado por meses para pedirle dinero a los extranjeros que frecuentaban el lugar.  Siempre, durante los fines de semana la villa se llenaba de gente y se ponía muy animada porque venían motoristas desde todas partes con sus uniformes de cuero y cascos de todos colores haciendo sonar sus motores mientras bajaban por la única calle del pueblo que se dirigía a la playa. Todos los kioscos abrían para vender cervezas, pescado y frituras y los bañistas llegaban a granel. Había música en vivo y alguna gente bailaba al son del merengue, la salsa y la bachata, mientras otros se aglomeraban para mirar. Por las calles era difícil caminar entre tantos autos y peatones.  También estaba el recién inaugurado camino lineal justo al lado de la playa, para caminar, correr y andar en bicicleta, que atraía muchísima gente y si no se tenía una bicicleta, se podía alquilar una por un precio módico. Doña Merci adoraba la multitud, su depresión se sacudía un poco, porque sabía que iba a tener un día pleno y siempre encontraba a alguien que por lástima le donara algunas monedas o le regalara una empanadilla de pizza y un refresco. La gente del pueblo que también frecuentaba el lugar la conocía pero pensaban que estaba media loca así que no le hablaban y a ella le era indiferente, se distraía oliendo el aliento salado del mar, hablando para sí misma y cuando se ponía el sol volvía a su casita, cansada y en mejores espíritus de los que se había ido. Lo mejor de todo era que había llenado su día y ya faltaba uno menos por esperar…

Doña Merci tenía tres hijos, uno viviendo en Estados Unidos y otra viviendo no tan lejos de su pueblo.  Quien más la visitaba era esa hija, posiblemente porque venía a ver a su hermana, sin embargo nunca hacía ningún ademán de sacarla a pasear, limpiarle la casa o hacer algo positivo para que su madre tuviera un día alegre o viviera un poquito mejor.  El que vivía en Estados Unidos solía mandar algún dinerito pero cuando ella habría el sobre lo único que encontraba era un cheque envuelto en un papel blanco. Ni una nota, ni un saludo cariñoso: “Hola mami, ¿cómo estás?” Lo mandaba para satisfacer a su propia conciencia de que colaboraba con algo para que su madre “viviera mejor”. De todas maneras el cheque pasaba de su buzón a las manos de Albertina porque había que cambiarlo. Albertina, pelo corto, pintado de colorado casi fosforescente; rechoncha, vistiendo ropa de algodón apretada al cuerpo para que la celulitis no dejara de verse y con sus ojitos brillosos de codicia, era quien “administraba” todo el dinero de la anciana a su conveniencia. Quién sabe cuántos litros de licor saldrían de esos billetes.

Me pregunto qué ha pasado con nuestra sociedad que ya no respeta a nuestros mayores, les permite pasar hambre, no los cuida ni los respeta. La gente espera que de una buena vez “el viejo” se muera así no molesta más o lo deja en un asilo a su propia suerte olvidándose que todavía son seres humanos, que tienen sentimientos y que sin ellos no estarían hoy en el mundo.  ¿Qué pasó con aquello de “honrarás a tu padre y a tu madre”? ¿En qué momento aprendimos que el abuelo o el padre por ser viejos no tenían ninguna valía?

La vejez es un proceso fisiológico normal dentro de la vida de todos los seres humanos; incluye tanto cambios en el aspecto físico, como así también en el campo psicológico y social.

Hay ancianos que dentro de todos los males tienen la “suerte” de que sus genes fueron de muy buena calidad y todavía están bien física, emocional e intelectualmente, pero para los que no lo están la situación no es tan sencilla.  Muchos de ellos han trabajado duramente toda su vida y la jubilación no les alcanza para vivir. Si deciden retirarse porque tienen el derecho debido a los años que llevaron trabajando pero no cumplieron con la edad requerida para tener el seguro médico del estado, quedan desamparados porque al dejar de ser empleado el seguro médico privado que tenían deja de cubrirlos y si quiere seguir manteniendo la misma póliza es a un costo exorbitante. Lamentablemente, en la mayoría de los casos los achaques comienzan cuando uno se hace viejo, así que cuanto más necesita de la sociedad después de haber pasado toda la vida trabajando, es cuando recibe menos ayuda. El anciano por lo general toma más de una medicina para condiciones crónicas, toda la jubilación se le va en medicamentos, el dinero no le alcanza para alimentarse como debiera y ésto se traduce en malnutrición. Sumado a eso la persona mayor tiene que lidiar con una vivienda que a lo mejor no es la más adecuada para su edad y sus padecimientos. Como su casa es inadecuada a sus necesidades físicas puede sufrir accidentes que lo dejen discapacitado y dependiendo de sus parientes cercanos a los que tampoco les hace mucha gracia tener “un problema más”. Si tienen suficiente dinero “lo depositan” en una casa para cuidado de envejecientes. A las personas de la “Tercera Edad” (al prolongarse la media de vida ahora hay una “cuarta edad”) muchas veces le adjudican nombres románticos como que el anciano pertenece a “la edad dorada”, o que está en “plenitud”, es un “Adulto Mayor” o un “envejeciente” como si la palabra “anciano”, sumamente respetada en el pasado, fuera un insulto. 

Para un anciano es muy común entrar a un negocio, y que algún vendedor en un local, o un mozo en una cafetería, pregunte de manera despectiva “¿Qué quiere “abuelo”?, sin tener ningún parentesco; ese trato se debe a la imagen negativa que se tiene de la vejez que no está asociada a las capacidades reales de las personas mayores. Yo le contestaría, “Ya que somos familia, dame un café ‘nieto”. Lo mejor es seguirles el juego porque no lo esperan, creo que las personas jóvenes que tienen esa actitud y se regodean de la manera en la que el anciano va a responder. ¡Nunca se dejen humillar!

Muchos de los que viven en casa de sus hijos son maltratados y robados de su jubilación y otros a los que dejan en “casas de cuidados”, son abusados a golpes, violados y por estar en una condición tan frágil ni siquiera pueden defenderse.  Como el miedo a hablar y que no le crean es muy grande y la angustia de no saber cuáles podrían ser las consecuencias para su vida, se quedan calladitos y reciben conscientemente un castigo que no se merecen en vez de denunciarlo.


No hay ningún tipo de programa que ayude a los ancianos a participar, ni que los integre a la sociedad como personas independientes para que puedan tener una buena calidad de vida. Una persona de 65 años o más todavía puede llevar una vida productiva sin necesidad de molestar a nadie, pero las condiciones no están dadas para que haya un buen sistema de transportación pública que facilite sus visitas a médicos, a hacer compras, a la farmacia, etc.

En las calles, los conductores tampoco tienen mucha paciencia cuando manejan atrás de una persona de edad avanzada y no se dan cuenta de que ellos también van a envejecer. El anciano que conduce se siente inseguro porque es consciente que ya no tiene los mismos reflejos que tenía antes. El maneja a la defensiva y los demás le gritan y lo agravian sin necesidad. Sin embargo, en este país no hay muchas opciones para el viejo: o maneja su auto, o se queda en su casa, o gasta un dineral que no tiene en taxi, o pide el favor a alguien que se compadezca y lo lleve, lo espere y lo traiga. Ahora hay unos servicios privados que hacen ese trabajo, pero tienen un costo.

En su gran mayoría la sociedad estigmatiza y deniega los derechos que las personas mayores tienen.  Además de eso, el perfil público de los viejos es contrario a la imagen que ellos tienen sobre sí mismos. Simplemente no es como “uno se ve” sino cómo “los demás lo ven a uno”. 

A pesar de resistirnos, con el paso de los años todos vamos a ser viejos a menos que la muerte nos lleve antes.  Lo curioso es que esa imagen negativa que se tiene hacia los viejos, muchas veces las tienen ellos mismos en contra sus propios camaradas. Una viejita que le comenta a su hija sobre su consuegra y comienza la oración con: “Esa vieja…” es algo muy común, sin embargo entre ella y “la vieja esa” sólo se llevan un año. Para las personas mayores, los viejos son los “otros” y no tienen conciencia de que ellos también lo son y aunque crean que lo saben, para su mente es difícil aceptarlo porque no sienten la edad cronológica que tienen, sino la edad interior a través de la lucidez de su mente.  

A nadie le gusta la idea de mirarse en el espejo y descubrir que la vejez ya llegó.  Paulatinamente van apareciendo canas y arrugas; grasa donde antes había músculo y musculatura que ya no es dura como era antes. Esto va acompañado con temperamentos que no son estables, posturas inamovibles, desasosiego, impaciencia, miedos y la actitud de incomodarse por tonterías que antes no le hubieran preocupado. La pérdida reflejada en el espejo es vivida con dolor porque en nuestra sociedad hay una sobrevaloración de la juventud y sentirse viejo viene acompañado de todo tipo de estereotipos negativos respecto a los ancianos, para muchos es mejor pensar que están jóvenes.

Al ir viajando por las distintas etapas donde nos lleva la vida, vamos modificando nuestros intereses o los intercambiamos por otros.  Cuando se llega a la vejez es difícil adaptarse a esos cambios que antes nos parecían tan naturales. Siendo el anciano socialmente marginado es difícil adecuarse a los variaciones porque las motivaciones y los refuerzos positivos de la sociedad (ahora ya no se tienen jefes ni compañeros de trabajo que los animen) son inexistentes. Los motivadores en este caso deberían ser los familiares más cercanos como los hijos, los nietos y una buena red de amigos que amortigüe la transición hacia otros tipos de actividades en las que haya que reaprender lo aprendido de otra manera. El anciano pierde la facilidad de adaptarse y se le hace difícil adquirir hábitos nuevos, por ejemplo, si toda su vida envió los pagos de cuentas por correo o fue a cada una de las empresas de servicios públicos a hacer fila para pagarlos, indudablemente que se le va a hacer muy difícil realizar esas gestiones sentado cómodamente en su casa y a través de Internet, porque además que no le gusta el cambio desconfía de todos los medios que sean nuevos y que a él le cuesta usar, por supuesto existen excepciones.

El anciano piensa que todo tiempo pasado fue mejor, pero ese tiempo ya pasó y lo mejor sería que tratara de adaptarse a este tiempo que es por el que está atravesando hoy. De esta manera en vez de ser una persona divertida que está al tanto de los cambios y acepta que el mundo a su alrededor es dinámico y seguirá cambiando aunque a él no le agrade, se convierte en una persona con posturas rígidas, aferrada únicamente a su experiencias y produce el efecto contrario: la sociedad lo rechaza y él siente que nadie lo valora.

En la sociedad occidental, el éxito está determinado por el apetito hacia los desafíos, la garra, la eficacia, el atrevimiento, la competencia, las aspiraciones, el seducir y ser seducido.  Estas características pertenecen a un sujeto joven y van adosadas a un cuerpo joven.  Cuando la persona mayor cree tener todas estas cualidades y no dudo que las tenga, pero éstas permanecen escondidas detrás de la fachada exterior que lamentablemente pertenece a un cuerpo viejo, se siente confuso y discriminado.
Continúa en el próximo artículo... No se lo pierdan !Japi Bloguin!

2 comentarios:

  1. Me gustó! Un comienzo con un relato de calidad por su simpleza, un análisis real de lo que ocurre con el pasar de los años (como bien tu aclaraste: hay excepciones). Pareciera que en nuestra cultura la mirada es: eso le ocurre a los otros. Tal vez allí puede estar el porqué nadie se preocupa de ese sector social o quizás? es su propia negación de no querer admitir que con suerte el joven llegará a viejo?
    Espero la continuación del artículo cariños

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  2. !Gracias, Martita! La continuación está pautada para el próximo sábado. Para comienzos de septiembre me voy a apartar un poco de la serie que estaba haciendo (los artículos estaban relacionados entre sí) para darle paso a las generalidades y curiosidades sobre los huracanes ya que estamos en plena temporada en el Caribe y en la costa sureste de los Estados Unidos, ademas de otros lugares en el mundo. Cariños.

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